Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1727
Legislatura: 1902-1903 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 7 de noviembre de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 48, 1256-1258
Tema: Problemas políticos y religiosos del Gobierno actual

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, esperaba yo, y era de esperar, que el Sr. Silvela se manifestase de completo acuerdo con el Sr. Maura en lo que tiene relación con el Gobierno. Era de esperar eso, porque después de todo, en los primeros días de la luna de miel, claro es que ha de haber armonía, acuerdo y bienandanza, como sucede siempre: armonía, acuerdo y bienandanza que yo deseo que duren, pero que me parece a mí que no van a durar porque en la boda que ayer presenciamos he notado algún despego respecto del Sr. Maura al consejo de la epístola de San Pablo, que dice, que debe prescindirse algunas veces hasta el derecho, en gracia a la paz del matrimonio, y el Sr. Maura ha declarado, pero de una manera bien evidente, para que no quepa duda ninguna, que no está dispuesto a ceder de su derecho, puesto que advirtió al partido conservador (El señor Silvela pide la palabra), que iba a él, no puedo decir, porque en eso no estuvo bien claro S. S., si ya fundido en el partido conservador, o como fuerza auxiliar del mismo partido, pero con la condición expresa de que si, unido a él, llegaba al Gobierno y no se realizaba en el Gobierno lo que él cree que debe realizarse, vendría el divorcio, se separaría del partido conservador y se iría tranquilamente a su casa. De manera que, ya lo sabe el partido conservador: el Sr. Maura va al partido conservador para hacer lo que el Sr. Maura crea conveniente o crea necesario hacer, porque si no lo hace, se separa del partido conservador.

Pero aunque el Sr. Silvela ha querido marchar de acuerdo con el Sr. Maura en los adjetivos que ha empleado para el Gobierno y en la idea que del Gobierno y del partido liberal tiene, todavía ha ido más allá el Sr. Maura que el Sr. Silvela, porque al fin el Sr. Silvela no declara muerto más que al Gobierno, y el Sr. Maura declara muerto al Gobierno y al Parlamento. Para el Sr. Maura no existe el Parlamento. (El Sr. Maura: Cuando no hay Gobierno, dije.) Cuando no hay Gobierno, estamos conformes. Pero ha existido el Parlamento para los actos más notables de la historia de España, ha existido el Parlamento para la transformación de la Regencia en el reinado efectivo de D. Alfonso XIII, ha existido el Parlamento para tomar juramento al Rey. ¡Ah, Sr. Maura! Cuando existe un Parlamento para eso, ¿cree S. S. que no existe para oír un discurso de S. S.? Es mucha la trascendencia de un discurso de S. S., pero no puede ser tanta como los actos más notables de nuestra historia, que se han realizado con este Parlamento y con este Gobierno. (Muy bien, en la mayoría.)

El Sr. Silvela declara muerto al Gobierno y además, ha dicho que, como está muerto, debe abandonar el puesto y pronto, porque si no, hay grandes peligros para el porvenir. Todo el peligro que ve el Sr. Silvela para el porvenir, consiste en que su pensamiento, en su manera de pensar está el que las soluciones e todo Gobierno que a éste pueda suceder no sean soluciones conservadoras. Pues yo declaro con la misma convicción con que pueda hacer sus declaraciones el Sr. Silvela, que ése sería el peor de los males y que eso constituiría el verdadero peligro para el porvenir, porque, querer rodear a Don Alfonso XIII al principio de su reinado de Gobiernos procedentes del partido conservador y con soluciones y medidas conservadoras, en mi opinión, podré estar equivocado, sería una mala base para el reinado de D. Alfonso XIII. (Muy bien, aplausos en la mayoría.) De manera que si el Sr. Silvela desea que el Gobierno se vaya para que vengan soluciones conservadoras, yo deseo que el Gobierno se quede para que vengan soluciones liberales. (Muy bien.)

Vamos sacando de esta discusión algo importante y algo de interés para la organización política del país, porque una persona de la importancia del señor Maura ha cambiado de idea respecto de los partidos políticos; S. S. era de los que creían que los antiguos partidos debían desaparecer, que era un mal su continuación y que debían buscarse concentraciones u otra manera de gobernar el país que no fueran los actuales partidos políticos. (El Sr. Maura: Eso se lo han contado mal a S. S.) Yo no sé si habré interpretado mal su pensamiento, pero recuerdo haber discutido con S. S. este punto, abogando el Sr. Maura por la desaparición de los partidos y yo abogando por su continuación, como consta en el Diario de las Sesiones. Por eso digo que ha cambiado de opinión el Sr. Maura, porque con su acto de ayer, no sólo va a destruir el partido conservador, sino que va a fortalecerlo, y eso es lo que he dicho yo, que lo que había que hacer era fortalecer los partidos antiguos, era renovar su savia, pero no destruirlos. Hemos conseguido, pues, un triunfo en esto, porque tengo a mi lado en este punto al Sr. Maura; S. S. piensa, como yo, que los partidos políticos son indispensables para la marcha regular de la gobernación de un Estado.

Se empeña el Sr. Silvela en que el Gobierno liberal no puede hacer nada respecto de los proyectos de ley, ni puede tomar medida ninguna, ni puede discutir los presupuestos, ni puede resolver la cuestión religiosa. ¿De dónde ha sacado eso S. S? (Risas.) El partido liberal, y el Gobierno en su representación, puede hacer todo eso, absolutamente todo, mejor que S. S: ¿Por qué no ha de poder hacer un presupuesto? ¿Qué dificultades va a encontrar? Ninguna. Presentado está, la Comisión de presupuestos está trabajando en él, y en cuanto de dictamen se discutirá. (Risas.) ¿De qué os reís? ¿Es que un presupuesto puede prepararse y discutirse en un par de días como si se tratara de una cosa pequeña? Y los demás proyectos de ley, ¿por qué no se han de poder discutir? ¿No ha visto el Sr. Silvela cómo hemos resuelto muchas cuestiones importantes en todas las manifestaciones de la vida de un Estado, por decreto aquellas que no necesitaban el concurso de las Cor- [1256] tes, y presentando los proyectos de ley cuando era indispensable este concurso?

Pues ahí están, vamos a discutirlos, y si no se discuten, de las Cortes dependerá, no del Gobierno, que los tiene presentados.

Dice el Sr. Silvela, ¿por qué no resuelve el partido liberal la cuestión religiosa? ¿Qué inconvenientes hay para ello? Hay las dilaciones que trae consigo toda negociación, como sabe perfectamente S. S. Pero es que dice el Sr. Silvela, que las declaraciones mías autorizan a creer que no se va a resolver nunca. No hay semejante autorización, ni hay motivo para creer semejante cosa, porque yo he hecho todo lo que he podido para adelantar esa negociación, que ha tropezado con dificultades, que no está en mi mano evitar, pero, por lo demás, se está haciendo todo lo que se puede para resolver ese asunto lo antes posible.

Se ha ido a fijar el Sr. Silvela en una cosa verdaderamente sin importancia y que no tiene nada que ver con las negociaciones, que es lo que dije respecto a la diócesis de Astorga. Señores, es de toda evidencia que pueden concluirse las negociaciones en seguida, y después de terminadas, aquellas diócesis cuya disolución se obtenga o se consiga, persistir muchísimos años, sin que eso afecte a la solución de la mal llamada cuestión religiosa. No hay más que recordar que el Concordato se firmó, me parece que el año 1851 y en el Concordato se establecía la supresión o el traslado de varias diócesis, pues hasta ahora no se ha podido conseguir esto, y el Concordato, sin embargo, ha regido. ¿Qué extraño es que yo dijera de Astorga lo que ha pasado con otras diócesis cuya supresión está acordada y conseguida en el Concordato, y todavía no han desaparecido ¿ ¿Se puede seriamente fundar en eso un argumento en contra de mi deseo de que las negociaciones con Roma se acaben pronto, y termine cuanto antes la cuestión religiosa?

No. Su señoría no ha estado en lo firme, y aun en algunos puntos no ha estado S. S. en lo prudente, como ha sucedido con la cuestión de presupuestos, puesto que para acusar al Gobierno de que no podía resolver la cuestión de presupuestos, ha hablado de los presupuestos de una manera que pueda lastimar nuestro crédito. Ha hablado S. S. de tal manera del déficit que a su juicio existe, y tales proporciones le ha dado, que no me parece que en la posición de S. S., y dado el cargo que tiene, estén bien esas palabras. Yo puedo asegurar a S. S. que el déficit, si le hay, será insignificante (El Sr. Urzáiz: No lo habrá): que en todo caso no llegará, ni con mucho, a la cifra que S. S. ha citado, y que con cualquiera de las cantidades o créditos a que S. S. se ha referido, con cualquiera que se hiciese efectivo, desaparecería en absoluto ese déficit.

Pero, en fin, como el principal argumento de S. S. y del Sr. Maura está en que el Gobierno está muerto, en que no tiene autoridad, ni tiene prestigio, que es una de las cosas más necesarias para la buena gobernación de un Estado, voy a limitarme yo también a este argumento principal. Porque todo el discurso de S. S. viene a resumirse en este pensamiento: el Gobierno está muerto; hay que reemplazarle; nosotros estamos dispuestos a reemplazarle, si se nos da el poder en seguida, porque si se nos da a la hora que creemos nosotros conveniente, lo podemos aceptar, pero si se nos da a deshora, no lo aceptaremos. No he visto una manera más tremenda de pedir el poder a ningún partido ni a ningún hombre político. Digo tremenda, porque eso es verdaderamente pedirlo por la tremenda. (Grandes risas.)

El Gobierno está muerto, no tiene autoridad, ¡Claro está! Un muerto ¿qué autoridad ha de tener, ni qué prestigio, ni nada? (Risas.) Por consiguiente, todo está en peligro. Pues ahora va a ver S. S. cómo un Gobierno muerto, sin prestigio y sin autoridad, puede hacer cosas que ha hecho y puede evitar otras que ha evitado.

Todavía resuenan en mis oídos, como resonarán en los de todos los Sres. Diputados, los terroríficos pronósticos con que se anunciaba el verano que acababa de transcurrir. La jura del rey no se verificaría o se verificaría en malas condiciones; los partidos extremos protestarían ruidosamente, quizás con las armas en la mano, y si no les era posibles eso, lo harían produciendo algaradas en todas partes y en tan grande escala, que ya no imposibilitaran, por lo menos dificultarían de tal modo el acto solemne de la jura del rey, que quizá el gobierno se viera obligado a realizarlo a tiros. Este verano iba a ser desastroso, la cuestión agraria presentaba tales caracteres de gravedad, que las faenas del campo se harían imposibles, no sería fácil la recolección de las mieses, no se verificaría la vendimia; en una palabra, sería imposible la vida, y sobre todo en Extremadura y en Andalucía. Todo era por entonces en vosotros dudas, vacilaciones y temores.

Pues bien, no sólo no ha pasado nada de esto (que con tan tristes augurios se suspendieron las sesiones), sino que ha pasado todo lo contrario. Las huelgas se han ido en su inmensa mayoría resolviendo en paz gracias a la intervención constante y eficaz del Gobierno, llamado para ello por las partes contendientes, por patronos y por obreros, lo cual demuestra la confianza en la imparcialidad y en la justicia del Gobierno. (Muy bien, aplausos.) Las mieses se pudieron recoger, la vendimia se pudo efectuar, y todo ha pasado relativamente tranquilo en este verano, y la jura del rey es el acto más hermoso que registra la historia moderna, por la espontaneidad de la manifestación, por la alegría y entusiasmo que produjo en todas partes, sin que en ninguna fuese alterada esta alegría ni entibiado este entusiasmo por la nota discordante más pequeña y permítaseme recordar la cooperación que nos prestaron las Naciones extranjeras mandando su más lucida representación en prueba de la amistad y consideración que les merece nuestra España, mejor apreciada por los extraños que por nosotros mismo; ¡que no parece sino que cuando ellos se empeñan en ensalzarnos, nosotros nos empeñamos en deprimirnos! (Aplausos)

Pues bien, tales y tan grandes resultados no los tiene un Gobierno muerto, ni un Gobierno sin prestigio y sin autoridad. Es fácil, en efecto, hablar fuera del Gobierno de falta de autoridad, pero ya veremos la fuerza y la autoridad que traen los que nos reemplacen, los que tan prontamente quieren ocupar este puesto. Pero, ¿qué digo ya veremos? Ya lo hemos visto. De falta de autoridad se acusaba al Gobierno liberal cuando el conservador le sucedió en el poder, y no necesito recordar lo que entonces sucedió porque está en la memoria de todos. [1257]

Es fácil, en efecto, hablar de falta de autoridad en los Gobiernos, sin tener en cuenta el régimen en que vivimos, ni la legislación que tenemos, ni la lucha tremenda producida en todas partes por la iniquidad y por tantos males como están corroyendo las entrañas de la sociedad en todos los pueblos. Antes todo eran temores, todo eran inquietudes, por todo estaba la gente alarmada, vamos a tener un rey de 16 años, se decía, ¿qué va a suceder aquí? Pues no ha sucedido nada; el rey de 16 años está en el trono y está ejerciendo su altísima misión con la misma normalidad y capacidad que pudiera hacerlo si tuviera 40; pero con más fervor, con más entusiasmo y con más esperanzas que si tuviera 40 años. ¿Qué va a pasar en la jura con el estado de los partidos, con el estado social del mundo? Pues no ha pasado nada, sino que la jura del rey se ha realizado como el acto más hermoso que registra nuestra historia.

Conste, pues, que este Gobierno muerto, sin prestigio ni autoridad, por lo menos ha impedido que se realicen los temores que todos abrigaban, y ahora que no tenéis temor alguno, venís gallardamente a decir: estáis muertos, dejadnos el sitio. ¡Muertos! Los que estáis muertos sois vosotros. (Aplausos.)

Muertos, porque no veis la realidad y porque además no pensáis en que si por todos aquellos temores y todas aquellas inquietudes, si en lugar de hallarse este Gobierno muerto en el banco azul, lo hubierais ocupado vosotros, es muy posible que algo muy distinto hubiera sucedido.

El Sr. Silvela no olvida nunca la crisis aquella famosa de Marzo, sin duda porque en ella tuvo una decepción, pero no culpe S. S. a nadie; cúlpese a sí mismo. En aquella crisis, yo tuve un papel muy secundario que hacer porque me encontré con que dentro del partido de S. S: no había medio de formar Gobierno, y aun cuando yo creía que era prematura la venida del partido liberal al Poder, no pude negarme a recoger el Poder que el partido conservador dejaba en medio del arroyo. (Muy bien.) Con tanto mayor motivo, cuanto que si no era la hora que ha indicado el Sr. Silvela, la hora en que debe pretenderse el Poder, había, por lo menos, una razón para que yo lo tomara, y es, que había que llevar la pacificación a los espíritus, harto preocupado y harto inquietos, y había que evitar el peligro producido por la resurrección de cuestiones en mal hora suscitadas.

Pero, en fin, ¿qué culpa tiene el partido liberal de que la crisis se resolviera como se resolvió? Su señoría entregó el Poder al Sr. Azcárraga; el señor Azcárraga no pudo continuar en él, tuvo que dejarlo, se hicieron varias tentativas para que el Poder no saliera del partido conservador; se llamó al señor Villaverde; S. S: no le ayudó, no hubo medio de constituir Gobierno, se habían ensayado todas las combinaciones, todas fracasaron; ¿qué quería el Sr. Silvela? ¿que quedara la Nación sin Gobierno porque no había medio de que los conservadores se entendieran? No se entendieron entonces y me temo que con el refuerzo que ahora les va, se han de entender menos en adelante.

Ha hablado S. S. de que hasta ahora no ha tenido prisa por obtener el Poder; por lo visto, le ha entrado a S. S. de repente y muy fuerte. (Risas.) Dice que hasta ahora ha tenido ciertas benevolencias con el Gobierno liberal, y que estaría dispuesto a continuar con esas benevolencias, si no fuera por la prisa que siente de que el partido conservador ocupe el Poder para evitar los males que prevé con la continuación del Gobierno liberal. Yo no he comprendido nunca la benevolencia de S. S. para con el Gobierno liberal, porque cuando S. S. ha dicho que quería ser benévolo con nosotros, ha hecho algunas declaraciones, como quien no quiere hacerlas, pero haciéndolas, que eran peores que hacer una oposición abierta y franca al partido liberal. A mí no me gustan esos procedimientos. Presentarse como benévolo y amigo, y disparar dardos envenenados, no me parece bien. De todos modos, sepa S. S., para ahora y para en adelante, que yo no agradezco de ninguna manera esa benevolencia. Yo pido, como es natural, la cooperación de todos los partidos porque es necesaria para gobernar, porque yo creo que las minorías como las mayorías influyen en la gobernación del Estado, y es necesario que cooperen a la obra del Gobierno; pero benevolencia, pero misericordia, ¡ah!, no la quiero (Muy bien) ni de S. S., ni de nadie. Sepa S. S. y sepan todos, que yo prefiero morir abrazado a mi bandera, con honra y con el apoyo de mis amigos, que vivir de la misericordia de nadie. (Aplausos.)



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